Al interior de la fresca pulpa se encuentra condensada la más vivificante energía universal y la más prodigiosa fuerza restauradora. Cuando degustamos una fruta, realmente no alcanzamos a imaginar los invaluables efectos que ella aporta a nuestro cuerpo. Rescatar el aprecio por los alimentos naturales, sin duda alguna es la senda más propicia para ingresar a ese anhelado remanso de la plenitud.
El hígado, ese órgano tan especial que gobierna el aparato digestivo del ser humano y en el cual la sangre se aprovisiona permanentemente de oxígeno y nutrientes para llevarlos a todas las células, ya no quiere seguir siendo la burda despensa de aditivos, saborizantes, colorantes y excipientes, todos ellos tan artificiales como nocivos. El cuerpo humano en su concepción es perfecto, pero nosotros por causa de un sistema alimenticio errático nos hemos encargado de malograrlo y es por eso que las frutas con toda su poderosa acción benefactora, surgen en forma redentora conservando siempre su vigencia como alimentos de inigualable acción terapéutica y nutricional. Hoy podemos afirmar con toda certeza que ellas constituyen el recurso más saludable que nos ofrenda la naturaleza, en razón a que nos prodiga los nutrientes más diversos y las sustancias más depurativas. A más de eso, su riqueza enzimática nos permite iniciar con una mayor eficiencia el trabajo digestivo.
Toda vez que su consumo no requiere un proceso previo de cocción, los venerables atributos contenidos en la pulpa, así como los efectos bondadosos que de ella se derivan, ciertamente llegan a todas las células de nuestro cuerpo en una forma viva e inmaculada, para entregarnos sin ninguna intermediación ese legado de propiedades curativas, nutritivas y depurativas, todas ellas contenidas en el radiante mensaje solar que nos llega con su inefable venero de vitalidad. Admirable resulta en este sentido el trabajo de la sangre, pues al tiempo que lleva a todo nuestro cuerpo el oxígeno y los nutrientes contenidos en los alimentos que ingerimos, simultáneamente va recogiendo en cada célula los elementos tóxicos para conducirlos a los órganos encargados de su eliminación.
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